ESPECIAL AURA LOPEZ

Cinderella

Por 25 abril, 2017 octubre 20th, 2019 Sin comentarios

Los rostros de las niñas ganadoras en el concurso, Cinderella, han aparecido en la prensa de todo el país y constituyen noticia de primera plana y material para crónicas y reportajes que reflejan, si uno quiere ver más allá de sus narices, toda la habilidad con la cual nuestra sociedad utiliza el concepto de feminidad y lo convierte en un ingrediente necesario para la reproduccion de los aparatos ideológicos de dominación, empacado de tal manera que los miembros de dicha sociedad, terminen aceptándolo e incorporándolo a todo un modo de vida, a una conducta que deja de ser mirada como tal, para convertirse en naturaleza. Se es, pues, femenina, se padece la feminidad como si fuese un designio de la naturaleza, cuando en verdad es sólo el producto de unos parámetros sociales.

Montados sobre esas nociones inmutables, aparecen los mecanismos que alimentan el concepto, que lo mantienen vivo y que cumplen la tarea de preservarlo. porque, consciente o inconscientemente, se sabe que preservándolo, se preserva el orden social.
Los anuncios que convocan al concurso de Cinderella constituyen todo un catálogo de elogio a la vanidad, a la riqueza personal, al afán de competencia, al lujo, a la felicidad concebida como un sueño fantástico con carroza, príncipe azul y zapatilla de cristal, todo esto como excitación, y al mismo tiempo, como fórmula, milagrosa para colmar las que se supone deben ser las ambiciones de las mujeres entre los 6 y los 15 años.
Y naturalmente, las de las mujeres Mayores, sólo que el concurso va dirigido a las niñas, de quienes se espera, ateniéndose a las leyes de la feminidad, que habrán de comportarse idénticamente en el futuro.

Ya los dibujos Con los cuales viene adornado el aviso, son elocuentes: fajos de billetes apiñados al pie de la silueta de un edificio que dice: «Hotel»; una silla suntuosa, a manera de trono, donde la posible ganadora —la Cinderella— aparece sentada con su vestido de reina, su corona y su cetro; un apuesto galán que baila con Cinderella mientras ella luce un peinado rebuscado que la hace aparecer como una especie de madame Pompadour de 15 años; un espejo frente al cual Cinderella posa con aires de modelo sobre la pasarela de un salón de exhibición; y luego, en uno de los extremos del anuncio, más fajos de billetes, pasajes de avión, un cofre, un espejo de mano, trajes, un mapa que dice USA, y como para que no olvidemos que se trata de un concurso infantil, un diminuto osito de felpa, indefenso.

La superficialidad, el exhibicionismo, el culto al dinero, el cuerpo como elemento de publicidad, exaltados en un concurso que esboza y define, a partir de la niña, la imagen que de si misma se le fabrica a la mujer, la falsa noción de la feminidad. A Diana Eugenia Palacios, de seis años, el jurado calificador le hizo una pregunta cuya respuesta le dio el triunfo en su categoría, sobre otras dos finalistas: «Diga tres sopas que no le gusten». La niña inocente, a merced de mercaderes y manipuladores, celebrada y premiada por sus caprichos, ganadora en tanto pueda contestar los nombres de las sopas queje disgustan: champiñones, crema de tomate y mondongo, oirá decir a sus parientes, jueces y allegados, que es «toda mujercita». Y todos le desearán vorosamente, que llegue a ser la más cotizada modelo (el concurso Cindella ofrece contratos de model para las ganadoras) o una reina belleza. Tanto ahora como ronces, sus sueños de mujer, o mejor dicho, los sueños que la sociedad le decreta a la mujer como posibilidad de realizarse, se harán realidad.

Las niñas ganadoras de Cinderella por ejemplo, conocerán en Estados Unidos al príncipe azul, al tu madrina, y se alojarán en el casi encantado, fuera de que recibe entre otros muchos premios, veinte mil pesos, un secador para el cabello y una máquina de coser. Encantara mezcla de escaparate de exhibición y futura ama de casa, a la no se le está diciendo que es, desde ahorra, la reina de un mundo frívolo.
Con el arma de su feminidad, especie de varita mágica que la exonera del esfuerzo, que le hace innecesario y molesto el conocimiento, que exime de la lucha, del estudio e investigación, se espera que la mujer se limite a ser, desde niña, la cantadora, la inútil e inofensiva Cinderella o para decirlo más fácilmente, la Cenicienta complaciera sumisa quien, si observa las felicidad del juego, verá llegar, como caen del cielo, al príncipe azul en carroza último modelo.

¿Pero qué pasará si Cenicienta se rebela, si le da por asumir la voz corriendo sus propios riesgo?

Quizás muchas de las Cinderellas de hoy nos lo puedan decir en algunos años.

Este artículo fue publicado en agosto 20 del 1980.

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